HISTORIA
La Virgen de Guadalupe es símbolo de la religiosidad mexicana, en ella se funden dos tradiciones que forman parte de la idiosincrasia de México. Su imagen evoca el sincretismo entre la deidad de los antiguos mexicanos, Tonantzin, y María, la virgen madre de El Redentor, de la religión católica.
En la cosmovisión precolombina, Quetzalcóatl-Cihuacóatl representan el origen de la vida y de todas las cosas. En el pasado, Quetzalcóatl y Cihuacóatl son inseparables, aparecen ligados como las dos caras del principio dual, hembra y macho, creador universal. Tonantzin representa la parte femenina, la madre. Ella es Cihuacóatl (mujer de la culebra) del mismo modo que la Virgen de Guadalupe representa a la Virgen María del Cristianismo.
Los nativos de esta tierra venían a rendirle culto en el cerro del Tepeyac a la diosa Cihuacóatl, llamada también Tonantzin que, según Fray Bernardino de Sahagún, significa nuestra madre. Los testimonios de los misioneros del siglo XVIII dan fe de esto.
Después de la aparición de la Virgen a Juan Diego, la casa de Tonantzin se convirtió en la casa de la Guadalupana, lo que con el tiempo hizo que también se convirtiera en “nuestra madre”. Y poco a poco Tonantzin y Guadalupe se fundieron en una sola.
Durante el proceso de adoctrinamiento, los evangelizadores construyeron templos católicos sobre los que ellos consideraban paganos, utilizaron las mismas costumbres paganas con fines de devoción cristiana. Así, los lugares de peregrinación se conservaron y solamente sustituyeron la imagen pagana por una cristiana haciendo que los iconos fundamentales se adaptaran a la nueva visión del mundo. Un ejemplo de ello es el color verde-azul del manto de la Virgen de Guadalupe, idéntico al azul jade de Quetzalcóatl y color fundamental de la religión mexicana.
La imagen de la Virgen María de Guadalupe, se convirtió en objeto de devoción oficial y popular en la Nueva España. El hecho de que se le hubiera aparecido a un indio, representa la dignificación e incorporación de esa raza, excluida por los recién llegados a la Nueva España. Así, criollos, mestizos e indios se unen y la devoción común ayuda a limar las diferencias de casta mientras los une el mismo fervor religioso y nacional frente a los agentes de la dominación peninsular.
Entre 1648 y 1649 los propios representantes de la iglesia católica sustentaron la leyenda aparicionista y publicaron los escritos que confirmaban la existencia de una nueva devoción -por ejemplo el del bachiller Miguel Sánchez en 1648 y Lasso de Vega en 1649- en los cuales se reconoce la imagen de la Guadalupana como símbolo nacional mexicano.
En 1648, Miguel Sánchez, predicador y teólogo, da a esta imagen de la Virgen de Guadalupe sustento teológico, basándose en el Apocalipsis: “Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas”. Más tarde Lasso de la Vega, vicario de la capilla de Guadalupe y gran conocedor de la lengua natural, publica una versión del documento en náhuatl.
Hay dos fechas significativas que dan cuenta de la evolución del culto a la Virgen de Guadalupe. La primera en 1629, cuando se apareció en una catástrofe por lluvias, lo que le da reconocimiento como la principal protectora contra las inundaciones. La segunda en 1737 cuando, a causa de sus apariciones imprevistas y misteriosas, la guadalupana logra ganar la batalla contra la peste, calamidad que azotaba a esos pueblos y que según sus devotos, sólo podía ser remediada mediante el conjuro colectivo de las fuerzas sobrenaturales.
En ese año se creó el lazo sagrado entre los mexicanos, siervos de Guadalupe, en reconocimiento del prodigio salvador, de una victoria sobre la hidra epidémica que había sido la réplica perfecta de la victoria sobre la bestia del Apocalipsis. Con estos antecedentes, la Virgen de Guadalupe se convierte en la madre protectora de todos los mexicanos, unidos en su condición de hijos de Tonantzin.
La Virgen de Guadalupe se convirtió en la representación colectiva del pueblo mexicano y también en símbolo de independencia sobre España y sus representaciones sagradas.
LA APARICIÓN
Cuenta la tradición guadalupana que una mañana de sábado, muy de madrugada, el indio Juan Diego caminaba por el cerro del Tepeyac, cuando escuchó un canto casi divino que se asemejaba al del coyoltótotl y del tzinizcan. Sorprendido, miró hacía el lugar de donde provenía el canto, más no vio nada, sino que escuchó una voz suave que le decía: “Juanito, Juan Dieguito”.
Llevado por la voz llegó a la cima, vio allí a una señora que estaba de pie rodeada por un gran resplandor. Juan Diego se postró delante y escuchó la voz suave y cortés que le hablaba diciéndole: “Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador por quien está todo, Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo”. Y mandó a Juan Diego a anunciar la buena nueva ante el obispo Fray Juan de Zumárraga; pero éste no le creyó. El indio regresó al cerro y le contó a la Virgen lo sucedido y ella lo mandó de nuevo.
Al día siguiente, Juan Diego se presentó otra vez ante el obispo para repetirle el mandato de la Virgen, éste nuevamente no le creyó, y le dijo que para que su palabra se tomara como cierta, tenía que traer una prueba. Juan Diego le platicó a la Virgen lo sucedido y ella le encomendó que regresará al otro día para que llevara la prueba que quería el obispo. Regresó a su casa y cuando llegó, vio a su tío Juan Bernardino, al borde de la muerte.
En la madrugada buscó un confesor, y como no quería encontrarse de nuevo con la Virgen bordeo todo el cerro, pero no lo logró ya que de todos modos se le apareció la Santa Madre. Afligido como estaba, Juan Diego le contó la enfermedad de su tío y le dijo que en otro momento cumpliría con su encargo; sin embargo, la Virgen lo consoló y le prometió que ella sanaría a su tío.
Lo mandó buscar flores, pero como en diciembre no hay, Juan Diego creyó que no las encontraría. No fue así. Al contrario, encontró rosas de Castilla, las cortó y las puso en su tilma y partió presuroso al palacio del obispo con la prueba que le habían exigido. Tuvo que esperar mucho tiempo hasta que el obispo se encontró delante de Juan Diego y éste descubrió su tilma; en ella en lugar de flores estaba la imagen de la Virgen morena parada sobre las rosas de Castilla.
Desde ese día, se habla de la gloriosa aparición de la Virgen a Juan Diego y cada 12 de diciembre se le rinde homenaje.
La Virgen de Guadalupe es símbolo de la religiosidad mexicana, en ella se funden dos tradiciones que forman parte de la idiosincrasia de México. Su imagen evoca el sincretismo entre la deidad de los antiguos mexicanos, Tonantzin, y María, la virgen madre de El Redentor, de la religión católica.
En la cosmovisión precolombina, Quetzalcóatl-Cihuacóatl representan el origen de la vida y de todas las cosas. En el pasado, Quetzalcóatl y Cihuacóatl son inseparables, aparecen ligados como las dos caras del principio dual, hembra y macho, creador universal. Tonantzin representa la parte femenina, la madre. Ella es Cihuacóatl (mujer de la culebra) del mismo modo que la Virgen de Guadalupe representa a la Virgen María del Cristianismo.
Los nativos de esta tierra venían a rendirle culto en el cerro del Tepeyac a la diosa Cihuacóatl, llamada también Tonantzin que, según Fray Bernardino de Sahagún, significa nuestra madre. Los testimonios de los misioneros del siglo XVIII dan fe de esto.
Después de la aparición de la Virgen a Juan Diego, la casa de Tonantzin se convirtió en la casa de la Guadalupana, lo que con el tiempo hizo que también se convirtiera en “nuestra madre”. Y poco a poco Tonantzin y Guadalupe se fundieron en una sola.
Durante el proceso de adoctrinamiento, los evangelizadores construyeron templos católicos sobre los que ellos consideraban paganos, utilizaron las mismas costumbres paganas con fines de devoción cristiana. Así, los lugares de peregrinación se conservaron y solamente sustituyeron la imagen pagana por una cristiana haciendo que los iconos fundamentales se adaptaran a la nueva visión del mundo. Un ejemplo de ello es el color verde-azul del manto de la Virgen de Guadalupe, idéntico al azul jade de Quetzalcóatl y color fundamental de la religión mexicana.
La imagen de la Virgen María de Guadalupe, se convirtió en objeto de devoción oficial y popular en la Nueva España. El hecho de que se le hubiera aparecido a un indio, representa la dignificación e incorporación de esa raza, excluida por los recién llegados a la Nueva España. Así, criollos, mestizos e indios se unen y la devoción común ayuda a limar las diferencias de casta mientras los une el mismo fervor religioso y nacional frente a los agentes de la dominación peninsular.
Entre 1648 y 1649 los propios representantes de la iglesia católica sustentaron la leyenda aparicionista y publicaron los escritos que confirmaban la existencia de una nueva devoción -por ejemplo el del bachiller Miguel Sánchez en 1648 y Lasso de Vega en 1649- en los cuales se reconoce la imagen de la Guadalupana como símbolo nacional mexicano.
En 1648, Miguel Sánchez, predicador y teólogo, da a esta imagen de la Virgen de Guadalupe sustento teológico, basándose en el Apocalipsis: “Apareció en el cielo una señal grandiosa: una mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas”. Más tarde Lasso de la Vega, vicario de la capilla de Guadalupe y gran conocedor de la lengua natural, publica una versión del documento en náhuatl.
Hay dos fechas significativas que dan cuenta de la evolución del culto a la Virgen de Guadalupe. La primera en 1629, cuando se apareció en una catástrofe por lluvias, lo que le da reconocimiento como la principal protectora contra las inundaciones. La segunda en 1737 cuando, a causa de sus apariciones imprevistas y misteriosas, la guadalupana logra ganar la batalla contra la peste, calamidad que azotaba a esos pueblos y que según sus devotos, sólo podía ser remediada mediante el conjuro colectivo de las fuerzas sobrenaturales.
En ese año se creó el lazo sagrado entre los mexicanos, siervos de Guadalupe, en reconocimiento del prodigio salvador, de una victoria sobre la hidra epidémica que había sido la réplica perfecta de la victoria sobre la bestia del Apocalipsis. Con estos antecedentes, la Virgen de Guadalupe se convierte en la madre protectora de todos los mexicanos, unidos en su condición de hijos de Tonantzin.
La Virgen de Guadalupe se convirtió en la representación colectiva del pueblo mexicano y también en símbolo de independencia sobre España y sus representaciones sagradas.
LA APARICIÓN
Cuenta la tradición guadalupana que una mañana de sábado, muy de madrugada, el indio Juan Diego caminaba por el cerro del Tepeyac, cuando escuchó un canto casi divino que se asemejaba al del coyoltótotl y del tzinizcan. Sorprendido, miró hacía el lugar de donde provenía el canto, más no vio nada, sino que escuchó una voz suave que le decía: “Juanito, Juan Dieguito”.
Llevado por la voz llegó a la cima, vio allí a una señora que estaba de pie rodeada por un gran resplandor. Juan Diego se postró delante y escuchó la voz suave y cortés que le hablaba diciéndole: “Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, del Creador por quien está todo, Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo”. Y mandó a Juan Diego a anunciar la buena nueva ante el obispo Fray Juan de Zumárraga; pero éste no le creyó. El indio regresó al cerro y le contó a la Virgen lo sucedido y ella lo mandó de nuevo.
Al día siguiente, Juan Diego se presentó otra vez ante el obispo para repetirle el mandato de la Virgen, éste nuevamente no le creyó, y le dijo que para que su palabra se tomara como cierta, tenía que traer una prueba. Juan Diego le platicó a la Virgen lo sucedido y ella le encomendó que regresará al otro día para que llevara la prueba que quería el obispo. Regresó a su casa y cuando llegó, vio a su tío Juan Bernardino, al borde de la muerte.
En la madrugada buscó un confesor, y como no quería encontrarse de nuevo con la Virgen bordeo todo el cerro, pero no lo logró ya que de todos modos se le apareció la Santa Madre. Afligido como estaba, Juan Diego le contó la enfermedad de su tío y le dijo que en otro momento cumpliría con su encargo; sin embargo, la Virgen lo consoló y le prometió que ella sanaría a su tío.
Lo mandó buscar flores, pero como en diciembre no hay, Juan Diego creyó que no las encontraría. No fue así. Al contrario, encontró rosas de Castilla, las cortó y las puso en su tilma y partió presuroso al palacio del obispo con la prueba que le habían exigido. Tuvo que esperar mucho tiempo hasta que el obispo se encontró delante de Juan Diego y éste descubrió su tilma; en ella en lugar de flores estaba la imagen de la Virgen morena parada sobre las rosas de Castilla.
Desde ese día, se habla de la gloriosa aparición de la Virgen a Juan Diego y cada 12 de diciembre se le rinde homenaje.
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